jueves, 29 de noviembre de 2007
Educar para la convivencia: experiencias en la escuela.
Hay diferentes modos de abordar la problemática de la violencia; pero hay un eje común a todas ellas, que es la importancia que le otorgaron al rol adulto en relación con sus alumnos/as.
Generalmente los niños y los jóvenes suelen pedir de mala manera, y sin saber lo que están haciendo, que sus padres y docentes se restituyan como adultos, que sean diferentes a ellos; porque la única oportunidad que tienen de ser un niño o un joven es que haya un adulto que les ceda ese lugar. El ser adulto es, sin lugar a dudas, un acto de generosidad hacia las nuevas generaciones. Ofrecerles a los niños y jóvenes un mundo con pautas claras, en el que la disociación entre el acto y la palabra sea lo más estrecha posible, es una de las tareas pendientes que aún tenemos todos. Este es un debate que la sociedad se merece sin tener miedo a confundir autoridad con autoritarismo.
Mientras que el autoritarismo es el capricho de quien lo ejerce, la autoridad es una asimetría sin desigualdad regulada por la ley para todos y no solo para los débiles. Así definidos, ambos conceptos se excluyen. Sin embargo, muchas personas sueles asociarlos todavía. Aun persiste en el imaginario colectivo cierto convencimiento de que con una modalidad democrática se pierde autoridad. Esto se puede observar en algunas prácticas docentes que se resisten a que la convivencia sea regulada por una instancia en la que todos los sectores de la escuela estén representados.
Las practicas autoritarias nunca favorecieron al desarrollo de los jóvenes, porque no trasmiten la ley, se ubican por fuera de ésta. Gabriel Kessler, refiriéndose a la investigación que realizó con jóvenes que tuvieron problema con la ley penal, afirma que “En la experiencia cotidiana de estos jóvenes, ninguna de las instituciones aparecen como representante de la ley (…) precisar por qué la ley no actúa como límite para estos jóvenes no es una tarea fácil. Una primera mirada no tarda en advertir que se trata de que ninguna institución representa fehacientemente la ley (…) ésta ha sido violada sistemáticamente, en particular por los sectores más poderosos.”
Freud en su texto “El malestar en la cultura” nos dice que una persona se socializa cuando renuncia a algo, y sin esto no hay posibilidad del lazo social. Pero sólo se legítima la legalidad que instala el “no”, si la renuncia es para todos por igual.
Esa renuncia universal implica el pacto fundante que todo grupo humana requiere para constituirse en comunidad. Ese pacto posibilita un relato en común, esa ficción que permite a los seres humanos percibirse articulados a otros. Ese texto que arma tejido y sostiene da lugar de pertenencia, porque una persona es en relación con otro.
Fuentes: “Educar para la convivencia: experiencias en la escuela. Observatorio argentino de Violencia en las Escuelas”
Generalmente los niños y los jóvenes suelen pedir de mala manera, y sin saber lo que están haciendo, que sus padres y docentes se restituyan como adultos, que sean diferentes a ellos; porque la única oportunidad que tienen de ser un niño o un joven es que haya un adulto que les ceda ese lugar. El ser adulto es, sin lugar a dudas, un acto de generosidad hacia las nuevas generaciones. Ofrecerles a los niños y jóvenes un mundo con pautas claras, en el que la disociación entre el acto y la palabra sea lo más estrecha posible, es una de las tareas pendientes que aún tenemos todos. Este es un debate que la sociedad se merece sin tener miedo a confundir autoridad con autoritarismo.
Mientras que el autoritarismo es el capricho de quien lo ejerce, la autoridad es una asimetría sin desigualdad regulada por la ley para todos y no solo para los débiles. Así definidos, ambos conceptos se excluyen. Sin embargo, muchas personas sueles asociarlos todavía. Aun persiste en el imaginario colectivo cierto convencimiento de que con una modalidad democrática se pierde autoridad. Esto se puede observar en algunas prácticas docentes que se resisten a que la convivencia sea regulada por una instancia en la que todos los sectores de la escuela estén representados.
Las practicas autoritarias nunca favorecieron al desarrollo de los jóvenes, porque no trasmiten la ley, se ubican por fuera de ésta. Gabriel Kessler, refiriéndose a la investigación que realizó con jóvenes que tuvieron problema con la ley penal, afirma que “En la experiencia cotidiana de estos jóvenes, ninguna de las instituciones aparecen como representante de la ley (…) precisar por qué la ley no actúa como límite para estos jóvenes no es una tarea fácil. Una primera mirada no tarda en advertir que se trata de que ninguna institución representa fehacientemente la ley (…) ésta ha sido violada sistemáticamente, en particular por los sectores más poderosos.”
Freud en su texto “El malestar en la cultura” nos dice que una persona se socializa cuando renuncia a algo, y sin esto no hay posibilidad del lazo social. Pero sólo se legítima la legalidad que instala el “no”, si la renuncia es para todos por igual.
Esa renuncia universal implica el pacto fundante que todo grupo humana requiere para constituirse en comunidad. Ese pacto posibilita un relato en común, esa ficción que permite a los seres humanos percibirse articulados a otros. Ese texto que arma tejido y sostiene da lugar de pertenencia, porque una persona es en relación con otro.
Fuentes: “Educar para la convivencia: experiencias en la escuela. Observatorio argentino de Violencia en las Escuelas”
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